martes, 14 de abril de 2009

no conozco a nadie.

Malditas sean las flores y perlas que cedo en mis momentos de sopor, con las que cubro versos y palabras que luego olvido. No hay desliz ni olvido. Máquinas de sangre estúpida que corre a velocidad de celos. Cuando se es la maquina, cuando se es el control y la manipulación del modelo perfecto de enfermedad.

Una parte de mi pide perdón y la otra se enorgullece de la deformidad mental. Me inclino más por la derecha, la del orgullo. Por una cuestión de género.

¿Cómo te hace sentir eso? –le preguntan mientras ella enciende el cigarro, mira al costado y hace un gesto, de los suyos-

-¿Cómo me hace sentir saber que no buscan mi mismo infierno? ... – pregunta en modo de respuesta o detonando haber sostenido la concentración necesaria – Bastante basura –continua diciendo – porque no siempre su felicidad pasaría a ser parte del sendero que hago para ellos, no puedo ser el núcleo del … de eso que buscan.-

-Busca algo en su bolso y lo encuentra-

Siempre terminaría mis entrevistas diciendo que debo retirarme ya que debo asistir a mi entierro, y esta no sería la excepción.

Si hay algo que no puedo parar es a lo que me hace ser la máquina que soy.

Algún día me voy a cansar de simular disimulando la insatisfacción.

(las palabras color viento y los paisajes que él mismo ornamenta mientras lo es. Espanto, la vida es maravillosa)

La resignación:


“Ya he dejado de analizar sistemáticamente o no qué es lo que se pretende en orden de no encontrarse sollozando frente a un vacío. La mediocridad nos agobia, al igual que la ignorancia montada en ponis que cabalgan queriendo ser corceles.

Soledad es tener mucho que escribir y nadie que lea.

Ya también ha dejado de perturbarme saber que no nací para esto.”

La despedida:

adiós

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